Alzaron las copas y brindaron.  Marina, Silvia y Cristina estaban eufóricas, algo extrañadas después de no verse en tantos meses; -cuatro- fue un tiempo raro, largo y corto a la vez; un paréntesis impuesto e incomprensible, un revés hecho cotidiano en pocos días.
Crecieron y menguaron en lo personal, cada una a su manera, adaptadas a sus circunstancias, muy dispares.
Silvia perdió a su abuela en ese tiempo; los padres de Marina se separaron; Cristina aprendió a hacer bizcochos.
Eso era lo destacable, pero pareciera que en ese primer brindis nada hubiese sucedido. Las tres contuvieron las emociones aún por gestionar. Querían transmitirse positividad, el buen rollo de antes, necesitaban normalizar sus vidas, volver a tomar aire tras esas mascarillas impuestas. Sus miradas anunciaban la sonrisa reprimida y contenida tantos días atrás.
Después de tres rondas, el tono, el ritmo de la conversación y las miradas, fueron haciéndose más sinceros.
Silvia fue la primera en evidenciarse, lloró de repente, de un modo escandaloso, dando rienda a su pesar, a su desconcierto y a su miedo.
Contagió en 0,2 a sus amigas. El encuentro fue tomando forma, empatía y desnudez. Nadie estaba bien.
La amistad entre las tres amigas se magnificó ese día. Ese exorcismo las uniría para siempre. El alcohol, a veces, nos abre el corazón, los sentimientos y el agradecimiento hacia los amigos de verdad. Tan necesarios, tan imprescindibles, tan insustituibles...

Pon amigos/as en tu vida. Que no sean muchos, pero que sumen mucho. Arrópate entre sus brazos cuando sea necesario; arrópalos cuando toque y sea cura. Los amigos de verdad nunca fallan. Doy Fe.