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QUIEN CANTA SU MAL ESPANTA

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Pareja joven cantando mientras cocina. IMAGEN DE FREEPIK.
QUIEN CANTA SU MAL ESPANTA

“Me encanta la música”, “canturreo a todas horas”, “voy a todos los conciertos que puedo”, “en mi casa siempre hay música sonando”… Cualquiera de estas frases seguro que resuena a cualquier persona de una u otra edad, y es que la música gusta a todas las personas. De una manera u otra, en un estilo u otro, pero gusta.

Ahora a ver si te suena esto otro: “uf, pero es que yo canto fatal”, “a mí en el coro del colegio me decían que sólo moviera la boca”, “¿cantar? Quita, quita, qué vergüenza”, “yo no tengo oído”. Resulta curioso que una acción tan intrínseca del ser humano como es cantar, se vuelva algo tan temido.

Los bebés comienzan muchas veces a cantar antes que hablar, entonando pequeñas melodías mientras juegan. Los niños y niñas pequeños cantan con toda la naturalidad. Cuando juegan, cuando están contentos, mientras comen… Es la naturalidad propia de un instrumento con el que cada uno nacemos. Un instrumento propio y único, que nos distingue de todo el resto: nuestra voz.

Conforme vamos creciendo, vamos perdiendo esa naturalidad en el canto (y en tantas otras cosas), y van apareciendo complejos, inseguridades, vergüenza al cantar. Muchas personas se preguntan por qué.

Hay diversos factores que influyen, desde luego. Como el hecho de que cada vez cantemos menos en general como sociedad. Todo es con prisas y más inmediato, nuestros encuentros sociales están interrumpidos por un sinfín de dispositivos electrónicos que nos distraen cada dos por tres. Lejos quedan aquellos tiempos en los que las sobremesas familiares eran un no parar de cánticos a voces, ahora hay muchísimas familias que lo único que entonan es el “cumpleaños feliz” cuando toca.

Otro hecho es la música que consumimos. El producto musical en auge está retocado y producido de tal forma que lo podría cantar una máquina. Las pequeñas imperfecciones de las voces, aquellas que las hacen humanas, han dado paso a sonidos digitalizados afinados hasta límites inhumanos. Y nuestros oídos han comenzado a creer que eso es lo “normal”.

¿Y qué me decís de los talents shows en los que canta gente? La ridiculización en la que muestran castings de personas “menos válidas” para que sean mofa y carne de meme. Vamos, que así, ¿quién va a cantar a grito pelao a gusto y tranquilo? Y es que algo tan íntimo y personal como cantar, parece que se ha convertido en algo exclusivo para unos pocos que pueden ganarse la vida con ello.

Y siendo algo tan ligado a la intimidad, al carácter, a la personalidad de cada uno, cuesta cantar si lo que sentimos es que nos juzgarán por ello. Es como si al cantar, nos tuvieran que dar la puntuación y sólo existiesen dos maneras de hacerlo: bien o mal. Imagina salir de casa por la mañana al trabajo pensando en que al llegar a la oficina van a opinar sobre tu manera de vestir o cómo te has conjuntado hoy. Estoy segura de que preferirías teletrabajar forever antes que pasar por eso.

También, y esto no lo podemos obviar, en la historia de la educación musical ha habido muchos errores (por fortuna a día de hoy cada vez son más los profesionales del ámbito musical que se han puesto al día en cuanto a nuevas metodologías). A todos nos suena el niño del cole al que le ponían en última fila para cantar en el festival para que no se le oyese, y conocemos a alguien que sufrió (sí, del verbo sufrir) las clases humillantes y cero constructivas de algún temido profesor de conservatorio.

Entonces, ¿qué ha pasado? Que nos hemos olvidado de la parte placentera de cantar. Hemos pasado al juicio directamente, como si todos nos fuéramos a subir a un escenario. Una voz, una melodía que sale de una persona, puede tener infinitos matices sin hacer falta que sea una gran voz. Puede transmitir calma, calidez, descaro, frescura, ternura… Mucho más allá del aspecto técnico. Fijaos si no en voces como la de Sabina, Kutxi Romero o Alejandro Sanz. ¿A alguien le importa que no canten técnicamente “bien”?

Otras anécdotas conocidas y recientes fueron la de Mariah Carey cantando en la Nochevieja de 2016 en Times Square o la actuación de Madonna en Eurovision 2019. Fallos de afinación así dan más que hablar que noticias importantes de veras. Y pueden echar por tierra a artistas que llevan trabajando toda su vida incansablemente.

Y es que incluso las personas que llevan años dedicándose a cantar en público tienen sus inseguridades. Artistas como Axl Rose, David Bowie o Adele, han sufrido crisis de pánico escénico.

Pero los “mortales” tenemos la tranquilidad y la suerte de poseer un instrumento musical para nuestro goce propio. Cantar por placer, cantar con más gente, cantar para acompañarnos también en momentos menos placenteros como puede ser la tristeza o la melancolía… Cantar es un privilegio. Sin entrar en interpretaciones estéticas. Y es que el que canta, su mal espanta.

María Suberviola @musasyfusas

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