jueves. 28.03.2024
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SALVADOR NAVARRO

Catetos

Mujer rubia
Mujer. IMAGEN DE ARCHIVO

No hace muchos meses estuve trabajando en la fábrica que Renault tiene en Eslovenia, nuestro principal cliente de cajas de cambio.

En un intercambio durante la comida con una ingeniera de producción, rubia, de jersey negro de cuello alto, medalla de oro bien a la vista y cara de señorita Rottenmeier, me habló con desdén de mi vida viajero-laboral.

¡Zasca!

—Yo no tengo necesidad de viajar. En mi país lo tengo todo: sol, montaña y buena comida.

Me decía esto mientras en el exterior caían chuzos de punta y nos metíamos entre pecho y espalda un pollo empanado que tenía más aceite que pan rallado.

—Eslovenia es precioso —le contesté. 

Porque lo pienso así. He ido infinitas veces, el país es de ensueño y Ljubljana, su capital, es una ciudad abierta, llena de veladores siempre ocupados por gente que reta al frío, los paisajes alpinos son de postal y la calidad de vida es más que aceptable.

Pero la comida me sirvió para corroborar lo que ya sabía, que no todos los catetos están en mi tierra.

No hay nada que me resulte más ceporro que decir que tu ciudad es la mejor del mundo, que en tu país se vive mejor que en ningún sitio y que el sol calienta allí más que en ninguna otra parte.

Es la definición más cercana a paleto que puedo encontrar.

A mí, a los amigos que me visitan, me gusta pasearlos por Sevilla haciéndosela sentir como propia, porque a nadie pertenece. Cuando alguien de fuera viene a Andalucía, le muestro Cádiz o Córdoba con la alegría de considerarlas mi casa.

No hay nada más hermoso para un viajero que sentirse bien acogido y pensar que, con más o menos frío, humedad o verdor en las montañas, no hay sitio malo ni pueblos menos interesantes.

Cateto es creerse el ombligo del mundo; ombligo donde, por cierto, casi siempre se queda la pelusa.

Salvador Navarro - Escritor

Autor de 'Nunca sabrás quién fui

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