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LUNES CRÍTICO

PRINCESAS EN UN QUINTO SIN ASCENSOR

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FOTO: MARTA SALAS
PRINCESAS EN UN QUINTO SIN ASCENSOR

Las princesas no son aquello que nos han contado.

Me acerqué con un niño de los cincuenta a ver la obra de teatro PRINCESA 2.0. 

Fui a regañadientes, pues no soporto las historias clásicas de princesas y príncipes que, alejados de la realidad, pintan de un hortera rosa ese mundo de mentira; de superficialidad y machismo en las historias de amor envueltas en telas sintéticas donde nunca faltan -en las indumentarias de las princesas- los corpiños que aprietan hasta el ahogo y disparan las tetas al cielo; esos ridículos zapatos de tacón y cristal (que manda huevos); esos bucles en esas larguísimas melenas fetiche que despiertan culto, adoración y envidia (mucha); no falta tampoco nunca el príncipe apuesto (sin él, no hay cuento que valga), valiente y protector de las candidatas princesas, locas de nervios por conquistar (sin abrir la boca) a su alteza, mazado de gimnasio, que tampoco apenas abre la boca, pero baila como los ángeles y arrima que no veas, marcando siempre un paquete (de extraordinario volumen). Así la idea que tenemos sobre estos cuentos, aún sin dejar de ser niños (que eso nunca), nos han hecho sentir cierto rechazo y no poco asco hacia este tipo de patrañas principescas.

Sin palomitas pero sí con mascarillas hemos ocupado nuestros asientos. 

En la primera imagen sale la princesa Vera. Nos despierta en 0,2 segundos la empatía, cuando nos cuenta que vive en un piso quinto sin ascensor. Nos asombra su extraordinario atuendo, lleno de colores, más parecido a la vestimenta que usaba mi adorada Pippi Långstrump, su desparpajo y sus grandes gafas de pasta negra, su bajita estatura y un melena corta morena, carente de bucles y tocados. Entonces nos cuenta a las niñas y niños que ella es una gran princesa, que le mola su aspecto y que hace lo que le viene en gana, que no necesita ser rescatada por nadie y que va muy cómoda con sus zapatillas de deporte. No tarda en aparecer el príncipe desaliñado, simpático, encantador y algo torpe, un verdadero galán. 

Acompañan al divertido espectáculo lleno de verdades como puños, dos fabulosos conejos, él al piano y ella (que es una muy buena amiga mía, y que me hace emocionarme aún más) se entrega cantando esas magníficas versiones de las canciones adaptadas al mundo real, donde el baile de letras invita a la igualdad, a la sinceridad, a reírse de la hipocresía y el machismo. Nos invita a ser dichosos y escoger en la carta los macarrones y no esas perdices sin las cuales, decían, que no podíamos ser felices.

Hemos salido contentos, sintiéndonos niños a los que por fin, nos invitan a luchar por nuestros sueños; con muchas ganas de inventarnos nuestro propio cuento de hadas. 

Dos vermús con croquetas, joder con el OPUS qué precios!!

Gracias Patricia por hacerme sentir hoy niña, bueno... Pippi.

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