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DES/ESPERANZADOS

LUNES CRÍTICO
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FOTO: MARTA SALAS
DES/ESPERANZADOS
La conoció en su consulta. Ipso facto le llamó la atención, no importaba por qué, sería el brutal contraste entre aquella mirada triste y esa amplia sonrisa -como tapadera del drama que habitaba en su interior-. Los ojos nunca mienten, ni en la salud ni en la enfermedad, ni en lo bueno ni en lo malo, ni en la riqueza ni en la pobreza, ni en la suerte, hasta que llega la definitiva, que los cierra para siempre.
Apenas la escuchó, sólo veía cómo agitaba sus manos nerviosas, tan inquietas como sus risas. Veía el transcurrir de sus avatares en aquellos ojos sinceros, no necesitaban preguntas, imploraban abrazos.
Eugenio era un referente único en el mundo de la Psiquiatría, una eminencia. Hasta su despacho, desfilaban diariamente no pocos zombies que parecían salidos del videoclip Thriller de aquel Maikel Blankon.
En aquellos extraños días de Pandemia, las consultas no habían sido presenciales, se hacían online y los zombies parecían más muertos que vivos tras las pantallas.
La primera consulta con Julia fue presencial, y, aunque apenas la escuchó, sintió como si tuviese un vínculo mágico con ella.  Camino a su casa se sintió como un adolescente, la sonrisa salía sola. De un certero puntapié , y como si fuese el mismísimo Maradona, una endiablada lata fue a aterrizar en la nariz de un policía municipal que vigilaba en ese momento aquella zona de jardines donde habitualmente había trapicheo de marihuana. No pudo disculparse, sólo le salía la risa, tan nerviosa como esas manos de Julia, que acompañaban en un baile clásico al relato de sus locos dramas.
Tras lograr pedir perdón con una exquisita educación, prosiguió su camino a casa, con una sensación delirante y feliz. Allí estarían esperándole su mujer y sus dos hijos. No tenía apetito. Un gozoso cosquilleo le cerraba el estómago, seguía viendo aquel baile de manos, aquella voz distorsionada y ese mundo en aquellos ojos color de miel.
Instó a Julia para una nueva consulta. A partir de ese momento sus días, sus horas y sus minutos se convirtieron en una cuenta atrás, la misma, que sufre un náufrago, esperando su rescate, en un paraíso de ensueño, pero en soledad y sin nevera ni colchón.
Llegó el ansiado día. Julia entraba puntual en su consulta. Ella comenzó a analizar con la mirada a su terapeuta, consiguiendo cambiar los papeles y, Eugenio, dejándose llevar, fue quien comenzó a hablar de los demonios que habitaban dentro suyo. Pasó la hora sin marcar apenas dos minutos. Fueron interrumpidos por el secretario que, con dos golpecitos en la puerta, anunciaba la entrada de un nuevo zombie. Nunca una sesión con un especialista había sido tan efectiva para Julia. Eugenio se sumergió en las gélidas y rapidísimas aguas de un río bravo dejándose llevar por una vez, disfrutando del descontrol y olvidándose de su serio papel entre aquellas cuatro grises paredes. En su nuevo horizonte, el corazón de Julia, sus claros ojos y sus manos bailarinas.
Ella sintió que aquel excelente loquero no era tan diferente a ella. Sus fantasmas eran pariguales.

Este virus que anda a sus anchas hace unas semanas por el mundo nos ha convertido, de alguna manera, a todos iguales. No distingue a zombies de conspicuos; ni a los millonarios de los paupérrimos; ni a los atormentados de los animosos, ni a los astutos de los torpes...

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