Ficción

FOTO: MARTA SALAS

Cuando tomé la decisión de estudiar ingeniería, una de mis mayores preocupaciones venía de tiempo atrás, cuando me operaron de estrabismo en quinto de EGB. Nací con bizquera y esa operación, que me quitó complejos y un parche infantil eterno en el ojo, trajo consigo un ingrediente extraño: mi incapacidad para ver en tres dimensiones.

Me ponían a prueba con máquinas rudimentarias para ver diapositivas, una especie de anteojos, y yo hacía esfuerzos por ver lo que los demás veían. Decía que sí, pero sabía que no, para no preocupar.

Una de las principales asignaturas de la carrera era el dibujo técnico y yo sufría pensando cómo iba jamás a aprobarla si mis ojos no tenían la alineación necesaria para ver en 3D.

Tal vez ese temor produjo que fuese la primera asignatura que aprobase.

De la misma forma que yo padezco de esa carencia, creo que no todo el mundo tiene el cerebro preparado, por no decir el alma, para entender la ficción.

Recuerdo un compañero de clase que me decía que no iba al cine porque él no se podía sustraer al hecho de que tras los actores había todo un arsenal de cámaras, luces y técnicos. Yo le intentaba explicar el porqué yo conseguía abstraerme de todo ello y meterme en la historia. Él me miraba con ojos atentos, pero no le llegaba a convencer.

Entrar en lo inventado y creértelo, aunque sea en el instante en que lo lees o visualizas, te hace cargar la mochila de recuerdos robados, que te enriquecen sin saberlo.

Ver el mundo creado por alguien ajeno a ti es sanísimo. Lo decía en un discurso memorable Ana María Matute poco antes de morir: "La necesidad de la ficción para el ser humano existe desde siempre".

Necesidad de escapar de la unicidad de tu existencia para hacerte partícipe de otras.

Afortunadamente tuve la suerte, como tantos, de nacer con el don de saber introducirme en espacios inventados por otros. Verlos con sus ojos, desde los míos capados para la tercera dimensión, y dejarme llevar.

 

Salvador Navarro - Escritor

Autor de 'Nunca sabrás quién fui