ÁNGELES

FOTO: MARTA SALAS
LUNES CRÍTICO
El horizonte de nubes tormentosas dieron paso a una claridad que no cegaba, al contrario, ajustó las gafas de la desdicha, para dar paso al bálsamo. Ese bálsamo provocó en Silvia ganas.
No importaban de qué, eran ganas; no necesitaban de definición, de concepto, eran ganas que adelantaron en una mágica carrera a la desgana; a la apatía, a la tristeza, a la ansiedad agónica y al desasosiego.
Las cartas jugaron a su favor en aquella cuarentena, que pasó a ser ochentena, que dio paso a ese horizonte claro y placentero, donde el tiempo dejó de importar, donde el momento y el presente se hicieron vida, pálpito ilusionante que despistaba a esos grises, negros y ocres que coloreaban la paleta de su rutina hacía ya demasiado tiempo.
Sin cálculo, sin planes, pudiera ser que fuera un martes de aquel abril robado, Roberto apareció en el lugar y en el momento preciso, en aquella céntrica calle desierta. La chispa se encendió al rozarse, al reconocerse casi dos años después, poco importa a cuento de qué.
Silvia no caminaba, deambulaba.
En ocasiones, olvidaba dónde iba, cuál era el motivo por el que enfilaba sus pasos hacia allí o hacia allá. Era la necesidad de salir de aquel fango, de inmortalizar miradas, pasos, el aire que le hacía pisar aquella recelosa realidad que vivía. En su cabeza se acumulaban, sin orden ni delicadeza, los abismos. Era una antipática y vertiginosa borrachera constante. Pero ella caminaba, caminaba cada día, como una autómata, mente en blanco (o en negro). Sonreía cada vez que se cruzaba con alguien, fuera o no conocido, esa era su excusa principal, sonreír - sabe dios por qué.
Esas tablas de salvación de las que ya sabéis, los que os tomáis el rato de leerme, tuvo aquel día nombre, hombre y caminar; despiste, pulso e ilusión, de duración mínima y eterna; una sonrisa tras las máscaras de desprotección, de ocultación de eso tan bonito, que es sonreír.
Quiero dedicar, desde mi más profundo agradecimiento, este lunes, que no es crítico, es maravilloso, a todos esos ángeles, que sin saberse en tal condición, se cruzan, por azar, por destino, o porque sí, con esas Silvias, valientes, fuertes y frágiles que deambulan por las calles,  mostrando su empatía, su sorprendente habilidad para el despiste,  su farsa, su teatro, sus sueños y fantasías (siempre enmascarados), su apuesta firme y definitiva por los motores, que cada día, les invitan a caminar, sin rumbo, en la búsqueda de esa vacuna contra el miedo.
Vacunar se conjuga como amar. Ahí queda eso.