LUNES CRÍTICO

ENTRE ALGODONES

FOTO: MARTA SALAS
Ya no recordaba el tacto de una piel; no recordaba tampoco la complicidad en el abrazo, en la mirada, en el lugar, en aquella compañera que un día quiso. Pero se agazapó, como para querer confundir; como para hacer de lo absurdo lo cotidiano. En su torpeza de querer cambiar su oscuro paisaje en paraíso terrenal, actuaba cada día, como si fuese primero en la carrera; carrera donde sólo participaba él; contento, con la certeza de la victoria. A su alrededor, otras carreras, más de fondo, con más participantes y meta real, con premios en forma de abrazos.
Pensó que su habilidad, su buen hacer y su capacidad resolutiva imaginaria, serían su tabla de salvación, aunque se sabía sólo en mitad de un océano calmo y oscuro, donde el silencio era sólo interrumpido por el sonido que emitía una aleta -pudiera ser de tiburón o de sirena, quién sabe- que jugaba a su lado y al despiste. Cada vez que escuchaba su cercanía, cerraba los ojos y volvía al recuerdo de la piel; a aquellos niños que, entonces, lo necesitaban; a aquellos tiempos en que se sentía partícipe de una vida normal y aparente, tradicional.
Se empeñó en amarrar aquello que ya no le pertenecía; pensó, errando, que alguna vez fue dueño y señor de aquel proyecto, donde sólo se dejaba llevar por la corriente, sin rumbo, sin timón, entre algodones que no eran tales. En aquella gran máquina emocional, él giraba sólo una pequeña tuerca que permitía el paso de la gasolina, necesaria para el funcionamiento del artilugio. Pero la máquina era compleja y muy eficiente, hasta tal magnitud, que no llegó a precisar de la gasolina, se hizo mecánica y adquirió un ritmo para poder funcionar de modo automático.
Él siguió girando autómata aquella tuerca, sin entender que aquella máquina ya no necesitaba de su labor.
Dejó pasar la ocasión de la retirada digna, empeñado en recuperar milagrosamente aquellos algodones que lo protegieron un día y lo unían a la normalidad. No quería descubrir nada más. El miedo, la pereza y incertidumbre lo paralizaron.  Estaba solo ante la puerta de salida. No era capaz de abrirla; no quería saber si había ahí afuera tormenta o sol; se quedaría entre esos algodones que se secaron, sólo restaban picores, pruritos y roces en la piel, mimada y acariciada tiempo atrás.

Cuentan que hay personas que no quieren salir de la cárcel, allí se acomodan, son alimentados y organizados en tareas rutinarias cada día y, aunque ven tras la ventana lucir el sol, prefieren imaginar algodones y soñar una vida mejor alcanzable en sus sueños de perdedor.