HASTA AQUÍ

FOTO: MARTA SALAS
LUNES CRÍTICO
La ilusión, la pasión y el enamoramiento -esa obsesión- hicieron el resto. Ruth y Juan se casaron.

Ruth era una chica transparente, empática y sencilla. Juan era encantador, simple y buena gente -en apariencia-. Atractivos y jóvenes ambos.
Decidieron comprometerse y someterse en eso de compartir y firmar el contrato que, los uniría en el bien y en el mal; en la buena suerte y la desgracia; en la salud o en la enfermedad, hasta que la muerte o la suerte los separase. En fin,  nos han vendido esto, fuera de rebajas, con una exitosa publicidad religiosa.
Fruto de un polvo, nació Delia. Una preciosa niña que heredó la hermosura de Ruth.
El comportamiento de Juan fue cambiando. Más que aficionado al juego y consumidor de innumerables tóxicos, comenzó a arruinar la humilde economía de aquella casa, y siguió por romper el bonito proyecto inicial  de crear una familia feliz, así nos siguen vendiendo la historia.
La madre, en la equivocada postura de una buena madre, tapaba los vicios de su hijo. No tuvo la fortaleza de enfrentarse -ni siquiera por Delia-. Para ella, tapar ese problema,  era hacerlo desaparecer, triste creencia y práctica extendida por personas preocupadas básicamente por el "qué dirán". La luna sigue ahí, por más que le des la espalda.
Un mal día, uno cualquiera, Ruth llegó a casa exhausta, tras una jornada de trabajo especialmente dura. Allí estaba Juan durmiendo en el sofá. A su lado, Delia, llorando por sus cólicos y sucia, con necesidad de cambio de pañal. Sobre la mesa, una nota que decía: "comprar pañales sin falta".
En ese instante Ruth volvió a contemplar la escena, y, aunque nunca pensó en futuro, si lo hizo sobre el motor de su vida. Y tomó la decisión que cambiaría para siempre su suerte y la de su pequeña.
Con una mezcla extraordinaria de rabia, entusiasmo y convencimiento comenzó a hacer la maleta de aquel desgraciado.

Dedicado con sorna a todas esas personas que ocultan por vergüenza, aún suponiendo este acto la desgracia de los que quieren (pero no); a los egoístas, inútiles emocionales, cobardes y ciegos temporales que dan la espalda a la Luna, por miedo a ser alumbrados y descubiertos. Para todos ellos, por imbéciles, por dormirse al lado de una niña que llora.