Lunes crítico

LA BUENA SUERTE

LA BUENA SUERTE

Hoy he pisado una mierda, esto, dicen, “trae suerte”, por decir algo..  a mí me da, básicamente asco, mucho. Iba camino a una entrevista y ya llegaba tarde, bastante tarde. Estaba nerviosa y quería ir mona (dentro de mis posibilidades). Estar nerviosa no ayuda, el pelo se había electrizado por efecto de la excitación, qué sé yo.

Desesperada, he buscado un hierbín donde limpiar la suela de mi bota derecha, una suela anti deslizante de esas con muchos dibujos bien profundos, resbalar, no te resbalas pero ayyyy como pises una caca. He llegado con 20 minutos de retraso, exhausta y muy muy nerviosa. 

En el lugar donde me habían citado, esperaba bastante gente, parece ser que también iban a la misma entrevista. Todos conversaban tranquilos y animados y comencé a notar un pitido en mis oídos entre: ”tengo un máster de publicidad”, “dirigí una empresa en Dubái”, “sí, me quedó genial la rinoplastia”, “me la compré en Maximo Putti “, “nivel alto de inglés, alemán y mandarín”, “bla,bla, puajjj..

Mis manos comenzaron a sudar a mares y una aceleración en mi ritmo cardíaco anunciaba la llegada de mi peor enemiga: la ansiedad. 

Huí de aquel lugar tropezando al salir, esparciendo las dos hojas que llevaba en la carpeta: mi título de FPI Administrativo y mi diploma de peluquera canina, no me preocupé de recogerlos mientras rodaba por aquellas empinadas escaleras.

Salí a la calle, no sentía dolor -a pesar de sangrar exageradamente por la nariz-, entonces tomé aire y sentí la calma. Enfrente, un bar con tirador de vermouth Fargo. 

Pasadas dos horas salía de él feliz, liberada de la pesadilla y de la ansiedad y con un pedo abismal. Miré al cielo para dar gracias a nada y una enorme caca de paloma aterrizó en mi boca, así, tal cual. En ese momento,  me vino a la cabeza -nada lúcida- lo que le pasó a Coco, un amor de perro que vivía en mi pueblo. El único puto tractor que había en todo el valle lo atropelló en el único puto camino que cruzaba por el pueblo. 

Digna, escupí la caca de la rata voladora, me erguí todo lo que pude, en ese lamentable y extraordinario estado, y enfilé mis torpes pasos hacia mi casa, sintiéndome afortunada. 

Tenemos la estúpida manía de quejarnos de todo, de hacernos los protagonistas de todas las desgracias habidas y por haber y no nos paramos a empatizar y a pensar que lo nuestro, casi siempre, es peccata minuta. 

Basta con mirar a tu alrededor e ir más allá; allá donde la desgracia se ha quedado a habitar; allá donde las balas se cruzan malditas, sin que nadie las haya invitado a bailar; allá donde, certeras y sin piedad, alcanzan a los inocentes.