LABERINTOS

FOTO: MARTA SALAS

Lloraba.

Lloraba mucho, durante horas, de un modo angustioso. Apenas hacía 10 días que había sumado número en la familia. Se retorcía, encogía las piernas y nadie podía ayudarlo. Puso a prueba la paciencia y el límite de aquella pareja que había decidido traerlo al mundo. Faltaban soluciones efectivas en aquel libro de instrucciones, donde no pasaban de explicar cómo debían de ponerse los pañales.

La prueba no fue superada, ni esa, ni las que se sucederían después. 

Pablito sonrió un día, y también al siguiente. Pareció haber encontrado la salida de ese laberinto intestinal. Comenzó de nuevo a recibir cariño y permitió a ese par de inútiles disfrutar, por un tiempo, de su descanso nocturno.

El inútil padre dormía de modo profundo y egoísta.

La inútil madre lo hacía con un ojo abierto e inquieta. Esos casi cinco meses de angustia le habían ocasionado un trauma que la acompañaría ya para siempre. En consecuencia, establecería una conexión muy íntima con Pablito. Se convirtió en su protectora sin saberlo, probablemente por arrepentimiento de la falta de amor natural en aquellos infiernos nocturnos. Entre su inutilidad y egoísmo de aquellos meses, se había colado en un hueco la conciencia y el malestar de la rabia vivida. De algún modo, le compensaría por tanta debilidad.

Creció Pablito haciendo mucho ruido. El inútil padre no comprendía nada. No pensaba nunca en el azar ni en las loterías. Simplemente, pensaba en la intención de aquel bebé. Creía ciegamente en la voluntariedad de aquella criatura, que un día si, y al otro también, se lanzaba al suelo con rabietas para conseguir todo aquello que quería (básicamente gusanitos, esos snacks que su padre le compraba para no escuchar sus llantos).

Y así comenzó la lucha entre los inútiles. Una no cediendo, el otro accediendo.

Pablito era muy grande. Cuando comenzó en el colegio, parecía el hermano mayor de todos. En ese tiempo, ocupaba dos espacios: una sillita en el colegio y los brazos de su padre, que había encontrado la extraordinaria fórmula para que el crío no llorase: ejercicios de bíceps, tríceps y espalda y los gusanitos. Cuando la inútil madre se quedaba con él, no hacía esos ejercicios, ni compraba gusanitos. Pablito lloraba por culpa de su madre. Esa fue la sentencia del Club Selecto de Tontos Mayores.

Continuará....