OPINIÓN

Discapacidad intelectual

Juan Cruz Lara

Años atrás a las personas que sufrían esta condición se les tachaba de tontos, idiotas o retrasados mentales sin importar las consecuencias que pudieran derivarse de tales adjetivos. Afortunadamente estos ya han sido superados y desde hace pocos años se ha acuñado el término (discapacidad intelectual) y el sentido que se les dio durante muchas décadas ha dejado de ser peyorativo, pero, ¿qué es la discapacidad intelectual? Es importante señalar que la discapacidad intelectual no es una enfermedad mental, aunque sí es cierto que a veces dicha enfermedad pueda desembocar en esta condición. Estas personas tienen serias limitaciones y deficiencias en el funcionamiento intelectual dependiendo del grado de discapacidad y por tanto, los problemas en el razonamiento, la planificación, la resolución de problemas o el aprendizaje son más acusados que en las personas que no la sufren. Debemos entender que estas personas no son una rara avis: sienten, oyen, andan, ven, aman y tienen inquietudes, igual que cualquiera de nosotros.

La definición oficial de la Asociación Estadounidense de Discapacidades Intelectuales y del Desarrollo (AAIDD) dice que la discapacidad intelectual es un estado individual que se caracteriza por presentar limitaciones significativas tanto en el funcionamiento intelectual como en la conducta adaptativa, tal y como se manifiesta en las habilidades adaptativas conceptuales, sociales y prácticas, y por ser originada antes de los 18 años. Ya la propia definición es sí conlleva el estudio en profundidad de los conceptos enumerados, por lo que nos encontramos ante un importante reto al esclarecer estos conceptos y poner en práctica las resoluciones derivadas de ellos. Pero ¿en qué podemos contribuir las sociedades para que estas personas tengan una calidad de vida aceptable? para empezar, podemos tratarlas de igual a igual y no estigmatizarlas. Todos los medios, por pequeños que sean, que se puedan poner a disposición de estas personas serán bienvenidos. Hace unas semanas, en el congreso, hubo un diputado que mencionó el tema de la discapacidad y pidió dotar de más medios a los centros para el buen funcionamiento de la vida de estos pacientes, pues bien, el imbécil de turno, cómo no, de la bancada contraria, lo mandó a que fuera a un médico. Este es un claro ejemplo del desprecio que algunas personas tienen por un colectivo tan vulnerable. No hay que bajar la guardia y cada uno, dentro de su parcela (familias con personas en estas condiciones) deben procurar ayudar a estas personas, naturalmente con la imprescindible guía de los profesionales.

 

Juan Cruz Lara