NUEVO ASCENSO DE CARA A LA NORMALIDAD

Ascender a la meta. IMAGEN DE ARCHIVO

Como se puede observar en el título que he elegido para este artículo, me resisto a emplear dos términos que se están oyendo por activa y por pasiva en los discursos de nuestras autoridades: la “desescalada” y la “nueva normalidad”.

Aunque sea de forma simbólica, me parece mucho más constructivo (semánticamente hablando) el avanzar ascendiendo a la meta, que descender a un punto más bajo que la situación de partida… Prefiero, aunque sea a través de un esfuerzo comunitario, ascender y mirar hacia arriba, hacia el objetivo trazado, que descender, aunque pueda parecer más fácil, menos cansado, a un nivel inferior.

Y esa “nueva normalidad”… ¿de qué va? En principio, me parece un poco complicado apaciguar dos cosas insolubles: volver a la normalidad cuando se está diciendo que va a ser algo “nuevo”. Si es una situación nueva, no va a ser lo que entendemos como normalidad.

¿Y sabéis qué os digo? Que me niego a seguir ese sendero torticero. Y me voy a explicar.

La justificación del confinamiento de la totalidad de la población se tomó para aplanar la curva de contagios y no colapsar los centros hospitalarios. Respondo a eso con una idea generalmente aceptada  cuando se nombra a Maquiavelo: “los fines, no justifican los medios”.

Los hospitales no habrían colapsado si no estuvieran casi al límite de su funcionamiento durante la etapa invernal, donde se producen el mayor montante de enfermedades respiratorias (leves y graves, epidémicas y no epidémicas).

No habría que vivir situaciones de alto dramatismo en las UCIs, tal y como han sucedido en esta epidemia sobre todo en Italia y España, en las que se tenía que elegir, en un triaje espeluznante y dantesco, a quién salvar y a quién no por la edad del afectado.

¿Cómo evitarlo? Si hubiera un número mayor de camas de UCI disponibles en nuestros hospitales. ¿Que eso implica una mayor inversión en Sanidad pública? Pues sí, señores. Algo muy diferente a lo que se ha visto en algunos territorios de nuestro país en los que ahora, deprisa y corriendo, han tenido que montar camas de UCI en “cualquier sitio”.

Me acuerdo de mi etapa en Urgencias extrahospitalaria, cuando le oí directamente a mi jefe de Servicio, casualmente un ex-compañero de facultad, lo siguiente: “vuestra valoración (y vuestra retribución económica) tiene que ser independiente de la cantidad de trabajo que saquéis adelante; vuestro valor consiste en estar ahí para cuando se os necesite, y ahí darlo todo”. Permitidme que, dada la lejanía del suceso, haya novelado la frase, pero el sentido era ése, ni más ni menos. Es como desmantelar las unidades de bomberos porque, casualmente, en tal cantidad de tiempo no han surgido tantos incendios…

Ni la Sanidad ni la Educación merecen ser tratados como un gasto más en los presupuestos generales del estado. Es una inversión en toda regla. Y ahí, en la salud y en el nivel de formación de la población, no se debe escatimar.

Si la situación se hubiera controlado desde el principio (sí, ya sé, y lo he escrito anteriormente en otro texto, que todo se ve mucho más fácil desde la barrera o cuando ya la situación ha pasado), identificando personas con síntomas, rastreando a sus contactos y aislando a todo sospechoso de infección, reservando las plazas hospitalarias (y sobre todo las UCIs) únicamente para los casos más graves, no habría sido necesario pasar por la hecatombe social y económica que se nos viene encima.

Me daría con “un canto en los dientes”, si la situación vivida durante esta epidemia nos sirviera como Estado para afrontar mejor cualquier otra epidemia que pudiera surgir en el horizonte… (provocada, espontánea, “cósmica”… me da igual).

Así pues, no me pareció acertado, en absoluto, que todo el mundo tuviéramos que estar confinados tantísimo tiempo en nuestras casas, sin saber (ni posibilitar saber) el número de afectados reales de la epidemia, y sin tener en cuenta el peso del desastre económico que se provoca en tal situación. Ya nos acordaremos cuando los titulares de los medios de comunicación estén ocupados repetidamente por la deuda provocada por la crisis y la necesidad de un rescate…

El personal sanitario contagiándose “a lo bestia” por falta de protección especial, tapando huecos, doblando turnos… convirtiendo a los hospitales como los grandes focos de la epidemia, tanto en España como en Italia.

Cada autonomía haciendo sus propios contajes de cifras de afectados, y el Ministerio haciendo malabares para no juntar peras y manzanas…

La ausencia de pruebas homologadas a disposición de los sanitarios ni, por supuesto, de la población…, han hecho que los estudios estadísticos, epidemiológicos, sean “de risa” (si la situación no fuera como para llorar).

En epidemiología (y no soy un especialista en esta rama médica, repito), es clásica la expresión de que “si sólo me fijo en los muertos, la letalidad será un 100%”. Tenemos que saber cuanto antes el nivel de contacto de la población con el bicho para, de esta forma, observar el comportamiento real de la epidemia, con cifras de morbi-mortalidad reales. Dejad de asustar a la población con ese seguimiento en directo de cada muerte por coronavirus. Parece que sólo existe el coronavirus. ¿Nadie muere por otro tipo de causa?

Ya me he referido a diversos estudios que se han hecho, a falta de de su revisión por pares, en los que parece ser que la población afectada y asintomática, con test positivo, “¡¡¡ojo, no enferma!!!”, está siendo bastante más abundante que los casos confirmados oficialmente. ¿Consecuencia lógica? Que las tasas de mortalidad van a descender bastante.

Repito: los contabilizados como positivos por el coronavirus no son “apestados”, pobrecitos enfermos, sino personas que, en su mayor parte, están asintomáticas o con ligeros resfriados, y tienen defensas contra ese germen. Miremos las cifras desde otro ángulo, por favor.

También, por favor, entended que a mayor cantidad de personas afectadas por el coronavirus, en los niveles de ocupación hospitalaria actual, conlleva una más rápida inmunidad comunitaria, que es de lo que se trata. No asustarse por la cantidad total de afectados. Es lo que tiene que ser. Y cuanto antes lleguemos a la totalidad de afectados (que no enfermos), antes acabará este “vodevil trágico”.

Para no desviarme del inicio del tema, termino con el confinamiento y su salida ordenada. ¿Por qué no ceñir el confinamiento a las personas mayores con multipatología, que son los verdaderos integrantes del grupo de riesgo de esta epidemia, y dejar que la economía no colapse como lo ha hecho, aunque eso no implique la normalidad social absoluta?

En esta escalada (que no desescalada) hacia la normalidad (que no la “nueva normalidad”), están planteándose cosas, al menos, curiosas. Por ejemplo, que me pueda ir al bar del pueblo de al lado a tomar unas cervezas con unos colegas, eso sí, con la distancia de seguridad (¡¡¡ja!!!), y que no pueda pasear, incluso solo, libremente por la playa (tengo la suerte de vivir en primera línea de mar) sino ateniéndome a unos horarios cerrados que no tienen en cuenta mis dosis de contacto con el sol para potenciar mi vitamina D, esencial para mi sistema inmunitario. Como diría aquél… “¡¡¡tócate los coj…!!!”.

Y ahora enlazo con eso de la “nueva normalidad”. Ya en otros artículos previos he tocado el tema del control digital, sobre todo en los países orientales, tan poco celosos de la privacidad personal y los derechos individuales. Ya se están escuchando mensajes desde el ministerio y el gabinete de crisis respecto a las aplicaciones de los móviles de cara a identificar y rastrear a las personas “marcadas” por el bicho (modelo Corea del Sur). ¿En eso va a consistir esa “nueva normalidad”? ¿Para eso, entre otras cosas, serviría la red 5G?

La realidad que vivo es que el miedo ha calado en la gente, que no hay acercamientos, contactos, abrazos… en general. ¿Ésa va a ser la “nueva normalidad” en nuestras relaciones personales cuando estemos fuera de casa?

Pues que conmigo no cuenten.

Salud para ti y los tuyos.