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LA VIDA Y LA MUERTE

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SILVANO BAZTÁN G.
LA VIDA Y LA MUERTE

LA VIDA Y LA MUERTE

Como seres vivos que somos, sin solución de continuidad, producimos en nuestro cuerpo un equilibrio dinámico que la Medicina denomina “homeostasis”.

En unas ocasiones, cuando hay una buena materia prima, una alimentación saludable, una relaciones fluidas con el entorno… este equilibrio se consigue con facilidad; en otras, cuando arrastramos una herencia genética con ciertas predisposiciones, cuando no nos cuidamos en la alimentación, mantenemos una relación tensa con cualquiera de nuestros entornos (vida personal, familiar, laboral…), nuestro inconsciente necesita un gran esfuerzo para conseguirlo.

Sin saberlo y sin quererlo, estamos inmersos en una polaridad que nos engulle y de la que formamos parte. Desde que llegamos a este plano vital, la polaridad en la que nos movemos está acotada por la vida y la muerte.

El ser humano ha ido avanzando en cuanto a su supervivencia, en sus millones de años de evolución, en sucesivas fases. Desde los primeros escarceos con la vida, en la que el homínido original se calcula que apenas vivía unos quince años (alrededor de lo que tarda el planeta Júpiter en dar una vuelta al Sol), hasta la actualidad, en la que en el “primer mundo” se superan los ochenta y… (el recorrido del planeta Urano alrededor del Sol), hemos pasado como especie, durante miles de años, por una supervivencia de alrededor de veinticinco-treinta años (una órbita de Saturno alrededor del Sol).

En mi opinión, en estos momentos, cuando una persona muere antes de los ochenta años, se debe a alguna causa de razón mayor que ha podido acortar el programa de supervivencia de especie que tenemos grabado en nuestro inconsciente. Por lo mismo, cualquier persona que muera más allá de lo que es la supervivencia media actual, entra dentro de “lo normal”.

El modo, la causa por la que una persona puede morir más allá de la supervivencia de especie, puede ser variopinta. Actualmente, los seres humanos (y ahora me sigo refiriendo a esta parte del mundo donde vivo) estamos sufriendo una pandemia portentosa. Y no es por el dichoso coronavirus; son los procesos crónicos de enfermedad. Ésta es la mayor pandemia que sufrimos desde hace años, y no tiene buena pinta de cara a un futuro cercano.

Nuestros mayores viven más… pero no mejor que nuestros antepasados. Generaciones atrás, cuando las personas llegaban a ancianos (viejas son las escobas), su vitalidad era envidiable, y morían apagándose como pajaritos. Este tipo de muerte “natural” ya no es lo natural. Ahora, las personas ancianas (con honrosas excepciones) sobreviven a costa de incrementar el gasto farmacéutico y sanitario en general, en gráficas de desarrollo vertiginoso. Se calcula que el principal factor (73%) de que haya aumentado la supervivencia de especie en el “primer mundo” es la introducción de fármacos “innovadores”.

Cuando veo en las estadísticas de la mortalidad por la gripe en España, por edad, en 2017 (no tengo datos más actuales en gráficas por edad), se hace patente lo evidente.

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Mortalidad por gripe (2017) por edades.

El 95’86% de las muertes se da en personas de más de 60 años, y el 71’35% del total de muertes entre los mayores de 80 años. La conclusión que saco es que el virus facilita la salida a la muerte a las personas con más facilidad de morirse. Parece una perogrullada pero es la realidad, salvando casos aislados de muertes de personas más jovenes en los que, si buscáramos en profundidad, encontraríamos también alguna causa como para saltarse a la torera el programa de supervivencia de especie que tenemos impreso todos los humanos.

Esto respecto a la gripe. En el actual caso de pandemia por coronavirus, la gráfica es la siguiente con datos de ayer (29 Marzo 2020).

 

 
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El 95’30% de las muertes se da en personas de más de 60 años, y el 59’70% del total de muertes entre los mayores de 80 años. La gran diferencia que aprecio respecto a la gráfica anterior es que en el grupo de 70-79 años, hay un porcentaje de fallecidos 10 puntos porcentuales más que en la gripe (pasa del 16’56% al 27’30%).

Con esta comparativa, estoy intentando contextualizar lo que está ocurriendo en estos momentos respecto a cómo están afectando estos cuadros virales a la mortalidad de la población española.

Efectivamente, en las estadísticas de mortalidad de este año 2020 veremos que, seguramente, en números absolutos, las cifras de mortalidad aumentarán respecto a los años anteriores; pero, en condiciones normales, la mayoría de casos, fallecerían en no mucho tiempo por cualquier otra complicación, viral o no, de sus propias patologías.

No es mi intención pasar por alto o menospreciar el dolor ocasionado por las situaciones dramáticas que se están viviendo en los centros hospitalarios, con personas moribundas en aislamiento, lejos de sus seres queridos… Todo un drama. Desde aquí mis condolencias más sinceras a todas esas familias.

Está claro que no es lo mismo una situación que otra frente a la muerte, pero ¿estamos en esta sociedad preparados para vivir la muerte? ¿Qué puede ocurrir en nosotros cuando las circunstancias nos acerquen a ese final al que todos vamos a llegar, antes o después, queramos o no?

Lo que todas las personas que se dedican a acompañar a moribundos cuentan es que en los últimos momentos del moribundo, después de luchar contra todo tipo de resistencias (humanas y comprensibles) sobreviene una fase de tranquilidad, de paz interior, en la que se da ese último suspiro. Sería deseable que todas las personas, cuando llegue ese momento, pudiéramos vivirlo rodeados de nuestros seres más queridos.

Entre tanto, dejo una idea flotando: cuanto mejor vivamos la vida y más provecho le saquemos… es más fácil que vivamos mejor la muerte.

Salud para ti y los tuyos.

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